Insomnio, con su máscara de causa y consecuencia, artesano de mi camino atravez del laberinto de mis sueños, senderos que entiendo solo porque aprendí que amo el azar; pasadijos indomables hacia un final siempre nuevo con olor familiar: una vez mas, mi espejo y yo.
El mismo espejo, la amalgama mate que rechaza las ranuras de mi rostro, mas invita el lenguaje de mi alma; papiro virgen que me enseño todos los vocablos que siempre supe y nunca escuche; testigo mudo de noches interminables y versos que buscan otros versos nuevos, versos siempre en mi.
Hoy mi mirada vuelve a tu blanco lomo, y la deuda que terminé de saldar con el mundo, o la parte de mi que es el mundo, revela un saldo eternamente latente, al igual que aquella linea que disfrace de silencio para que no gritara mi nombre: la deuda conmigo mismo.
Hoy, sin la soga de la arrogancia cuyos truncos abrazaban mi cuello, me tropiezo con la quizas no merecida suerte de andar sin el peso del remordimiento.
Como arrepentirme si entregue la vida, como si fuera mia? Si escribí pasajes dictados por una voz que imaginaba ajena, aunque momentáneamente mía, para entregarle a las luciérnagas mi torpe canto…
Más todos pagamos el precio de elegir un sendero: hoy yo pago con el anunciado ocaso de mi inocencia, el fin del principio; cual principe que sirviese de capullo que susurra un rey…